Home Office vs Oficina: productividad vs presencia
Hace unos dÃas una reconocida empresa de experiencias festejó a través de un tuit el fin del trabajo remoto. El mensaje vino acompañado de un video de sus empleados en las oficinas, que — si me lo preguntan — más de uno ya tiene el formulario de renuncia en la mano.
Sin irme al extremo de hacerme el harakiri, como bromeó Esteban Cervi en X, yo en lo personal coincido con todo lo demás: los equipos a distancia y una jornada laboral acotada es más que suficiente para ser productivos y entregar al cliente un alto valor agregado. Déjenme que me explaye un poco.
Llevo siete años trabajando de forma 100% remota. Antes de eso, durante once años tuve trabajos mayoritariamente presenciales, en los que el home office se pagaba casi que con sangre.
Tuve un trabajo que me llevaba dos horas y media de ida y lo mismo (o más) de vuelta, si todo iba bien. Un cálculo rápido — y absolutamente trágico — me dice que en un perÃodo de un año perdà 50 dÃas completos únicamente en traslados. Obviamente que eso afectaba en mi felicidad con el trabajo.
Por eso, creo que esta idea de que más horas equivalen a mayor productividad es un mito que se derrumba cuando el trabajo se mide por entregables y no por tiempo de presencia. Cuando el foco está en la calidad del trabajo y no en cumplir un horario arbitrario, todos ganan.
He trabajado para clientes en México y Estados Unidos desde Tailandia. Me tomé un café en ParÃs mientras tenÃa una llamada con un cliente de Finlandia, discutiendo la estrategia de PR para España. PodrÃa seguir, porque tengo años de lindos momentos alrededor del mundo mientras construyo una carrera que no me encadena a un escritorio, sino que me da la libertad de crear, explorar y vivir plenamente. Y defiendo que quienes quieran hacerlo también tengan la oportunidad.
Esa es la verdadera motivación que después impulsa la productividad: no se trata de la cantidad de horas ni de la oficina fÃsica, sino de la capacidad de concentrarse sin interrupciones, la autonomÃa para gestionar el tiempo y la confianza mutua entre empresa y equipo.
Creo que quienes defienden la presencialidad a ultranza a menudo no buscan mejorar el trabajo, sino perpetuar un modelo de control que, en mi opinión, ya no tiene sentido.
Una batalla sin cuartel
Me voy a ir casi veinte años atrás. En 2007, apenas terminada la escuela secundaria, empecé a trabajar en el mundo de la tecnologÃa. Primero, en lo que en su momento era una pyme de seis personas y luego se transformó en una de las empresas de cloud más grande de Sudamérica. Luego, pasé a IBM —ahora Kendyll— para luego recalar en Northgate Arinso. Ya en ese entonces todo lo que hacÃamos era "remoteable", solo que mis 18 años chocaban contra los señores de sesenta que tomaban las decisiones y habÃan basado su vida alrededor del trabajo. El mundo cambió, pero ya desde ese entonces me parecÃa una ridiculez que todo el mundo estuviera dispuesto a renunciar a varias horas de su vida para ir a mandar mails desde el otro lado de la ciudad.
Luego vino el periodismo, el PR, la comunicación y el marketing — siempre orientado a la tecnologÃa — y confirmé lo que ya sospechaba: casi con seguridad que el 99% de las empresas podrÃan funcionar perfectamente de manera remota si hay procesos claros y gente comprometida.
En contraparte, buena parte del argumento de quienes defienden la vuelta a la presencialidad es culpar a los trabajadores. Como que si no están en la oficina, no trabajan. O no trabajan tan bien. O no tanto como pudieran. Ya lo hicimos de un dÃa para el otro, durante dos años, en la pandemia. Por si a alguien le falla la memoria.
Para mÃ, esa manera de ver las cosas ignora que el verdadero problema no es la ubicación, sino la cultura laboral y la gestión. La productividad no depende de una silla ocupada, sino de objetivos claros, confianza y herramientas adecuadas. Culpar a los trabajadores es la salida fácil; lo difÃcil es admitir que muchas empresas nunca aprendieron a liderar en un entorno flexible.
Sumado a que con internet y los dispositivos móviles, la lÃnea entre lo laboral y lo personal ya no existe: casi todo el mundo revisa correos o avanza tareas fuera de horario, pero nadie lo paga ni lo reconoce. Hablo por experiencia propia: Whatsapp convirtió en trabajador full time a cualquier ser humano.
Yo tengo una solución para esa problemática
Paso 1: La clave está en el compromiso, no en ir a ocupar un espacio durante un determinado tiempo. El éxito de un equipo no sucede por estar fÃsicamente presente, sino cuando cada uno asume sus responsabilidades.
Paso 2: Preguntate qué tipo de equipos querés crear o formar parte. ¿Uno que requiera supervisión constante, en un entorno presencial? ¿O uno que prospere con compromiso y autonomÃa, entregando resultados de calidad, desde donde sea?
Paso 3: Buscá profesionales con trayectoria, que tengan probada experiencia en manejarse sin supervisión constante. Estos perfiles suelen valorar la independencia y la autogestión por encima de todo. Creo firmemente que si contratás personas con experiencia y les das la libertad de gestionar su dÃa desde donde prefieran, además de ofrecerles beneficios competitivos, los resultados suelen hablar por sà solos: mayor productividad, mejor calidad de vida y un compromiso más sólido tanto con la empresa como con sus clientes.
Mi consejo: sé una persona práctica y honesta respecto al manejo del tiempo. ¿Realmente las 8 horas o más que estás en la oficina son productivas? Yo hace años que trabajo seis horas al dÃa: tres por la mañana, tres por la tarde. Horas netas, dedicadas Ãntegramente al trabajo, sin ningún tipo de distracciones.
Y los resultados hablan: no solo cumplo con todos mis objetivos (desde Efecte y Multiplica, hasta Alegra y Too Good To Go), sino que optimizo mi tiempo y mantengo un equilibrio real entre mi vida personal y profesional.
Para mÃ, el debate no es sobre estar presente, sino sobre estar comprometido. Un escritorio ocupado no garantiza nada. Un equipo motivado, autónomo y con claridad de objetivos, sÃ. Insistir en la presencialidad como única forma de trabajo habla del temor al cambio y denota una nostalgia mal gestionada. |