Tecnostress vs Paz Mental, Metaverso, Microsoft
 
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Tecnostress vs Paz Mental

Para quienes de manera más o menos directa trabajamos con las noticias, la actualidad, las tendencias, "lo que está pasando ahora", los últimos dieciocho meses pasaron a la velocidad de la luz, dejando un tendal de iluminación e incendios a su paso.

La primera quemadura no tardó en llegar: un cliente de años, en un repentino cambio de management — con vocación por reducir plantilla para abaratar costos —, reemplazó a un equipo de doce personas por dos, pero suscriptas a ChatGPT. La razón: una máquina podía hacer en segundos y a un precio rídiculo lo que a varios humanos les llevaba horas.

Sorpresa, incomodidad, pánico. ¿Nos llegó la obsolescencia programada? ¿Tengo treintayalgo y mi oficio sucumbe a una repentina extinción? Ni mi rostro ni mi cuerpo son materiales para un eventual Only Fans, en pos de hacerle frente al mundo que se viene. ¿Qué está pasando?

Pasen y siéntense cómodos en el universo del "Tecnoestrés". Un término acuñado en 1984 por el psiquiatra Craig Brod para referirse a — y cito —: "una enfermedad de adaptación, causada por la falta de habilidad para tratar con las nuevas tecnologías del ordenador de manera saludable". 

Cuarenta años más tarde la expresión vuelve en forma real, de ansiedad moderna y post pandémica. Pero nada de virus ni bacterias: esta vez, el agente patógeno es un algoritmo con buena dicción y recursos que parecen ser ilimitados.  

¿Fallamos como especie?

Demos unos pasos hacia atrás. En la previa, el combo era tentador y la promesa lo bastante grande para generar ilusiones e inversiones: eficiencia, liberación del tedio, más tiempo para "lo importante". 

Lo que no vimos — o no supimos, o no quisimos ver — es que ahora competimos contra una nueva especie, que no duerme, no duda y no pelea por aumentos. Trabaja desde un data center alejado a un precio relativamente módico y no viene con ideitas locas, como organizarse en sindicatos. 

Y todo esto en pocos, poquísimos años. No estamos hechos para procesar transformaciones históricas en menos de lo que dura una serie de Netflix. Las revoluciones industriales del pasado, al menos, duraron décadas. Esto ni te da tiempo a terminar un curso de "reskilling". 

Esta amenaza constante de quedar fuera de juego activa en nuestro cuerpo un cóctel de ansiedad, estrés crónico e incluso bloqueo mental. Pero les quiero traer un poco de esperanza.

Cómo no volverte loco con la IA (o al menos, intentarlo)

1. Aceptá que no podés ganarle

La IA no vino a preguntarte si querías jugar: ya está en la cancha y va ganando. En vez de resistirte, mejor entrená. Sumá habilidades que no se pueden automatizar (por ahora): creatividad, empatía, pensamiento crítico. Todo eso que no se aprende en un curso express y que te hace difícil de reemplazar.

2. Bajá un cambio digital

No hace falta que leas cada tuit apocalíptico sobre cómo los robots van a dejarte sin trabajo mañana mismo. Filtrá lo que consumís y ponete horarios. No estás obligado a estar al día con todo. A veces, lo más saludable es sentarte en silencio cinco minutos a mirar una planta.

3. El cambio no es un enemigo

Sí, es incómodo, pero también es una oportunidad de salir del piloto automático. La famosa "crisis" también puede ser el momento justo para rediseñar tu forma de trabajar, pensar, disfrutar o incluso vivir. Lo difícil no es adaptarse, lo difícil es no hacerlo.

4. No te olvides de ser humano

Entre tanta pantalla y tanta IA, no pierdas de vista lo básico: hablar con alguien que más o menos respire, salí a caminar sin auriculares, llevate un libro a la plaza y leé al sol. La tecnología no es el problema. El problema es olvidarte que vos no sos una, por más que cada vez le delegamos más cosas que antes parecían intransferibles. 

No estás paranoico si sentís que el mundo se acelera y vos no llegás. Lo que te pasa es por estar despierto. 

¿Y ahora qué? No es cuestión de resistir la tecnología como si fuera una plaga, ni de rendirse a ella con devoción. Se trata de algo mucho más profundo y difícil: convivir sin entregarnos. 

Sí, la IA genera estrés y no va a desaparecer. Así que más vale que aprendamos a usarla sin que nos diluya el espíritu durante el proceso. Y si todo esto falla: terapia.

A título personal

Desempolvando temas sobre los cuales quejarme en esta sección, como lo hice la semana pasada y la anterior, recordé el hype que tuvo hace un par de años el metaverso. ¿Se acuerdan del metaverso? 

El tema tuvo su período de gracia durante la última pandemia, aunque unos años antes se había popularizado gracias a la película "Ready Player One" y el videojuego "Fortnite". Además, en 2014 Mark Zuckerberg había comprado la empresa de realidad virtual Oculus, y luego en 2021 renombró Facebook como Meta Platforms, Inc, para que quede claro que el tema iba en serio. Después, el tema desapareció de las noticias. Hasta hace algunos días.

¿Cuándo y quién inventó el metaverso?

Yo sé que el metaverso parece algo propio y exclusivo de nuestra Era tecnológica, pero en realidad tiene sus antecedentes en el siglo XIX, cuando en 1836 Charles Wheatstone creó el estereoscopio, un dispositivo que creaba una ilusión de profundidad y 3D utilizando dos fotos. 

El concepto evolucionó con inventos como el Link Trainer en 1929 para entrenamiento virtual de soldados sin la necesidad de exponerlos a riesgos reales. 

Luego, en 1968 llegó la Espada de Damocles, un aparato que permitía el cambio de perspectiva de las imágenes siguiendo los movimientos de la cabeza del usuario. El término "metaverso" en sí apareció en 1992 en la novela "Snow Crash", de Neal Stephenson. 

No sé de cuándo data, pero por lo visto nuestra obsesión colectiva por escaparnos del mundo real no tiene nada de nuevo.

Un muerto costosísimo de mantener

Desde el preciso momento en el que Zuckerberg compró Oculus, empezó a vendernos la idea del metaverso: un mundo — ¿un universo? —  virtual en el que íbamos a poder reunirnos con amigos o colegas de trabajo, o incluso conocer gente random.

Íbamos, también, a poder consumir de manera bien bien bien pública,  porque si estás dispuesto a gastar cuatro mil dólares en un bolso de Gucci virtual limited edition — que encima es más costoso que el real, físico y utilizable —, es para mostrarlo. Y es para morirse, la verdad. 

Porque francamente mi opinión es ambigua, y alberga el espanto y el aplauso. Mi sentido de la cordura y la exageración me obligan a abandonar toda esperanza y fe en la humanidad, mientras que el de la ironía celebra a las mentes detrás de lo que parece imposible.

Porque el capitalismo, que siempre sabe encontrar nuevas formas de sacarnos dinero, descubrió dos grandes cosas.

Primero, que la lógica puede ser algo opcional cuando se trata de banalidad y pose. Segundo, que la escasez artificial tiene el potencial para ser un grandísimo negocio. A mí también me gustaría tener el superpoder de sacarle dinero a la gente con alguna de estas dos técnicas, no voy a mentirles. 

Volviendo al tema. Hace pocos días, Meta anunció una nueva inversión de 100.000 millones de dólares para seguir impulsando el sueño tridimensional. La cifra no es menor: es el equivalente al 15% de toda la deuda externa del continente africano, destinados a la vital tarea de asistir a reuniones en mundos virtuales donde la gente flota y se ve pixelada. 

Tampoco es la primera vez que la empresa pone dinero en este asunto: entre 2014 y 2024 invirtió más de 80.000 millones de dólares. Los datos muestran que entre el gasto de 19.875 millones y el beneficio de 2.146 millones, cerró 2024 con 17.729 millones en pérdidas. 

Lo único que me lleva a suponer el por qué de estas decisiones es que Meta debe estar convencida en demostrar que el problema no es del concepto, sino de nuestra falta de fe. Que lo que falla no es la idea de escabullirse a un universo alternativo, sino que no nos compramos los visores correctos.

En última instancia, hay que valorar cierta obstinación. Insistir en financiar un metaverso cuando hasta el entusiasmo de los criptobros se fue hacia la inteligencia artificial requiere, al menos, cierta vocación por el delirio sostenido. ¿Justo yo los voy a juzgar por ese tema?

#RANDOM #1

Microsoft cumple 50 años. Un día como hoy, en 1975, Bill Gates y Paul Allen fundaron la compañía que cambiaría para siempre la manera de relacionarnos entre hombres, máquinas y mundos virtuales.

Pero no todo es éxito: la compañía creadora de Windows tiene su propio panteón de grandes ideas mal ejecutadas. Empezando por el Windows Phone, que prometía ser el tercero en discordia entre iOS y Android y terminó siendo, lisa y llanamente, el tercero en un podio de dos. Fue discontinuado, para nunca más volver. El Gigante también nos dio Zune: un intento elegante pero desorientado de hacerle frente al iPod, pero que llegó tarde, sin catálogo ni gracia. Y no nos olvidemos del Microsoft Kin, el smartphone orientado a redes sociales que logró lo imposible: ser lanzado y descontinuado en apenas 48 días. En tiempo récord, este dispositivo logró lo impensado: nacer, fracasar y desaparecer. Una carrera meteórica en dirección hacia el olvido.

#RANDOM #2

De lo que no hay que olvidarse es que Julián no es Bill Gates. Este Newsletter lleva más de dos años y medio de vida, hecho con mucho amor y dedicación. En este tiempo nunca les pedí nada, pero esta vez me voy a tomar una pequeña licencia: compartan este correo con amigos y colegas a los que les pueda interesar, e invítenlos a suscribirse. Y si conocés alguna startup, pyme o empresa que ande buscando quien le maneje la comunicación o la prensa como se debe, pasales este mail con entusiasmo y alegría.

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