Desinstalé Instagram una vez más. Twitter ya la había quitado varios meses atrás. También aproveché el inesperadísimo paso a una mejor vida de mi querida notebook para no loggear ninguna red social en el nuevo dispositivo que compré por Internet. Virtudes de Suiza: compré a las 18hs, llegó a la mañana siguiente a mi puerta. Entiendo que el país es pequeño, apenas un cuarto del territorio de Uruguay, pero esto ya es demasiado.
Una taza de café —“¡lejos del teclado, Julián!”, pensé para mis adentros— y manos a la obra: llegó el momento de descargar, configurar y sincronizar. Brave, Google, VPN, Spotify, WhatsApp, Steam, todas adentro.
Tripas, corazón y a hacer lo otro. Entiendo que nadie se descarga la aplicación de Facebook, Instagram o Twitter en su Windows o Mac, pero la decisión de no entrar vía web es sumamente consciente. Bastaba con un loggeo para entrar a cualquier red social y no salir nunca más. “Stay strong”, pensé también. “Aquí ningún afternoon, ningún hello”, me corrigió mi hemisferio izquierdo.
Volviendo. ¿Qué era lo que me había llevado a no querer ver más la vida de nadie? Ah, ahí va: la nueva fase de las redes sociales, porque son menos sociales que nunca. Jamás fui un publicador serial, pero ante cualquier segundo de distracción o aburrimiento, mi reacción inmediata era entrar a ver stories. Entre reflejo y toxicidad, ya estaba sintiendo una saturación. Me puse a investigar y encontré este gran artículo de Noema, que explica un poco (bastante, en realidad) qué es lo que (nos) sucede.
El agotamiento en redes sociales no es una falla accidental, es parte del contrato implícito que hemos firmado con plataformas cuyas reglas internas priorizan una sola variable: la atención.
Como explica “The Last Days of Social Media”, la lógica no es ya conectar personas, sino optimizar por clics, saturar feeds con contenido “que enganche”, aunque sea artificial, fraudulentamente repetido o generado por IA.
El feed dejó de ser social; el contenido es cada vez más artificial y repetitivo; y hay una creciente irrelevancia de la interacción. Scrollear se parece más a rascarse una picazón que a intercambiar con alguien.
Entonces, ¿qué viene después? Estamos en la fase terminal de lo social masivo y apenas en los primeros pasos de lo social distribuido. La irrupción de la IA generativa no hizo más que dar el golpe final, porque lo que quedaba de conversación fue reemplazado por producción en serie. Si antes el algoritmo ya prefería lo viral por encima de lo personal, y ahora la viralidad puede fabricarse sin humanos en el medio, lo “social” se reduce a nada.
Como resultado, ya no hablamos entre nosotros, sino que consumimos en paralelo. El feed se convirtió en una pantalla de televisión infinita e hiper personalizada, que lleva el rótulo “red social”, pero donde la sociabilidad hoy brilla por su ausencia, porque perdió la batalla contra el entretenimiento.
Igualmente, vale aclarar que ni lo masivo muere ni las redes dejan de tejerse. Porque aunque lo masivo deje de ser el centro, va a seguir existiendo, aunque desplazado.
Lo valioso, la “red”, lo “social” estrictamente hablando migra hacia microrredes, clubes digitales, newsletters, Discords, Substack, grupos de WhatsApp. El futuro no es una red social total, sino un archipiélago: muchas islas —algunas más grandes que otras—, cada una con sus reglas, ritos, barreras de entrada y sentido compartido.