Impensado, pero: incluso a los algoritmos se le quema el cerebrito. No porque tengan emociones —todavía—, sino porque el modelo económico y energético que los sostiene es insostenible. Bienvenidos al burnout algorítmico.

Entrenar modelos como GPT-3 consume el equivalente a cientos de años de CPU y toneladas de emisiones de CO₂ —como cruzar el Atlántico en avión unas 20 veces. Además, centros de datos consumen hasta 50 veces más energía que edificios de oficinas convencionales, y en 2023 representaron casi el 1.5% de la energía global. ¿El agua? Solo en 2022, Google usó más de 21 mil millones de litros para enfriar sus servidores. La nube, como podemos apreciar, anda con sed.

¿Querías una IA que escriba poesía y haga predicciones? Excelente. Pero, sin saberlo, también pediste cientos de miles de horas de cómputo, aire acondicionado industrial y minería de litio y cobalto para alimentar sus cerebros de silicio. ¿La automatización libera o encadena? Spoiler: lo segundo.

El burnout algorítmico no es solo energético. También es lógico: modelos que se retroalimentan de sus errores, datasets contaminados y decisiones en cajas negras que nadie entiende. Un ejemplo: en 2021, un software de reconocimiento facial en Detroit detuvo injustamente a Robert Williams, un ciudadano afroamericano, por no distinguir rostros oscuros. No es un caso aislado: estudios de MIT confirman que los algoritmos fallan más con pieles oscuras y rostros femeninos.

Y mientras más automatizamos, más esclavos somos del mantenimientohasta un 60% del trabajo en IA consiste en limpiar y ajustar datos. Ironía suprema. Además, está el burnout social: el conductor que no llega sin Waze, el periodista que confía ciegamente en la transcripción automática, el reclutador que deja que un algoritmo descarte CVs sin mirarlos. Lo predictivo reemplaza al criterio. Y si todo se predice, ¿quién decide?

El burnout tecnológico también impacta la salud mental. Deloitte reporta que más del 40% de quienes trabajan con sistemas automatizados sufren fatiga digital o estrés. Se sienten reemplazables, como piezas en una máquina que solo quiere eficiencia.

Entonces, ¿puede una sociedad hiperautomatizada sostener su propia humanidad? ¿O estamos creando un mundo donde todo está optimizado, menos el sentido de vivirlo? Porque el burnout algorítmico también nos afecta a nosotros: la ansiedad de vivir a ritmo de notificación, de delegar hasta el pensamiento, de correr al mismo paso que las máquinas. Hasta que, claro, nos fundimos. Y ahí no hay suscripción que nos ayude.