Cuarta edición de JET News en lo que va del año. Debería ser la número 48, porque el plan era que sea semanal. “¿Qué le pasó a esta persona?” es algo que nadie se pregunta, lo sé, pero igual me gustaría traer el tema para que lo conversemos.
El 2024 fue, por lejos, el mejor año para JET en términos de proyectos y clientes. Pero lo que fue el mejor año para la agencia, yo no pude — o no supe — cómo capitalizarlo en términos de visibilidad y marketing para que eso, a su vez, nos trajera más trabajo. La respuesta del por qué de esta inacción me tomó bastante tiempo elaborarla, sencillamente porque no era una única respuesta. O, mejor dicho, la respuesta a mi inactividad estaba formada por distintas partes, cada una igual de compleja e importante.
En primer lugar, me aturdió la cultura que impera en LinkedIn. Sin ánimos de ofender a nadie, pero me cuesta creer que todo sea éxito, teamwork y una idealización extrema y permanente de la vida profesional. Llevo veinte años trabajando y ni en Disney la gente es así de feliz. Me desespera, me dan ganas de comentar cosas espantosas, saca lo peor de mí. A mí me encanta mi trabajo, créanme, pero más me gusta cuando el trabajo me deja tiempo y dinero para hacer otras cosas que no sean trabajar — como ir quince días a un All Inclusive en la playa, por ejemplo—.
Pero hubo algo más que mi ira contenida y fue que por primera vez una red social me generó un poco de ansiedad. Eso que le sucede a los adolescentes al compararse con lo que ven en TikTok o IG me sucedió a mí, a los 35 años, viendo lo pequeña que quedaba JET Agencia frente al resto del mundo. Huí despavorido y ese período de detox mental solo me trajo alivio. Deberé seguir utilizando LinkedIn como herramienta profesional, pero yo ubicado desde otra perspectiva.
En segundo lugar, ya mirando hacía adentro, sentía que no tenía nada nuevo para decir. Esta vez no se trataba de mi habitual sentido del auto boicot — que aparece, especialmente, cuando todo marcha así de bien —, sino que había algo más.
Todo el mundo tiene quinientas redes sociales, grupos de WhatsApp, notificaciones y bombardeos de datos e información que te persiguen en todas y cada una de las pantallas que te rodean. ¿Qué podía aportar yo a ese caos, cuando en lo personal creo que la desconexión es un privilegio? ¿Qué puedo decir de novedoso, que no se esté diciendo? Y, más importante aún: ¿a quién le puede importar lo que yo tenga para decir? Esa última me dolió un poco, no voy a mentirles. Y es, muy probablemente, la principal razón por la que casi no escribí en todo el año. De hecho, estas son las primeras líneas que puedo redactar en meses. Nunca en quince años tuve una crisis de escritura y creatividad que me durara tanto tiempo.
En tercer lugar, es la primera vez que no sé hacia dónde va mi profesión. Los límites cada vez más difusos e inexistentes entre información, entretenimiento, comunicación y marketing están cambiando todo. No voy a ahondar en la IA y cómo se transformó el oficio, pero se imaginarán que también se suma a este contexto.
Si bien sé surfear el cambio porque desarrollé herramientas tanto para gestionarlo como para lidiar con la incertidumbre, esta vez siento que el cambio me paralizó más de lo que me obligó a avanzar. Antes, sabía con claridad qué era lo que hacía y qué resultados se esperaban. Hoy, en cambio, todo lo veo demasiado efímero y por momentos banal. Las herramientas cambian, las expectativas se transforman, y lo que ayer funcionaba hoy es obsoleto. Esa sensación de desconexión e incertidumbre me llevó a un estado de análisis perpetuo, donde cada decisión, por más pequeña que fuera, parecía cargada de un peso desmedido. Y para cuando me daba cuenta, los días eran semanas, las semanas eran meses, y el silencio seguía siendo la opción más cómoda.
Aunado a esto, tampoco sé si quiero hacer esto toda la vida. No me malinterpreten: adoro mi profesión y lo que he construido. Tampoco me imagino haciendo otra cosa. Pero hay algo en mí que pide más espacio para explorar, para probar cosas nuevas. Quizás eso signifique buscar otras formas de contar historias y otras maneras de aportar valor.
Por último, y esto lo confieso con algo de ironía: me niego rotundamente a hacer el camino del influencer. Sé que es una herramienta poderosa para construir empresas y marcas personales, lo entiendo desde la teoría y lo llevo a la práctica con mis clientes, pero no puedo con la idea de convertirme en alguien que vive de documentar su vida para otros. Llevo varios años viviendo en el exterior, y sí, viajo a lugares increíbles, experimento cosas que probablemente sean interesantes para algún público, pero siento una vergüenza enorme de pensar en grabar un reel o subir un TikTok exponiendo mi intimidad en pos de vaya uno a saber qué cosa. Admiro a quienes lo hacen con autenticidad y lo disfrutan, pero yo no puedo verme ahí. Prefiero quedarme en la sombra, aunque sepa que eso me haga perder oportunidades.
Supongo que escribir esto es un desahogo, una manera de romper el hielo conmigo mismo, de aceptar que tal vez no tenga todas las respuestas y que está bien no estar al 100% todo el tiempo y en todos los temas.
Si algo aprendí este año es que no necesito ser parte del ruido para seguir avanzando, que te podés seguir moviendo por y para otros sitios — aprendan todo lo que puedan, inviertan tiempo y dinero en adquirir conocimiento —. Quizás la clave a partir de ahora sea trabajar para encontrar nuevas formas de conectar y aportar sin pretender encajar en moldes que no me representan. Y quizás, solo quizás, con eso me alcance.