✈️ Me fui a China, volví y ya me quiero ir otra vez
 
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Al filo de la burbuja

Open AI ya no quiere ser solo la empresa detrás de ChatGPT: quiere ser el Windows de la inteligencia artificial. 

Hace unos días, OpenAI y AMD emitieron un comunicado en el que están apostando literalmente un billón de dólares (el anglosajón, no el latino que sería un trillón) a construir la infraestructura que lo convierta en el sistema operativo de la nueva era digital. 

Es una jugada de alto riesgo: la compañía aún pierde dinero, pero está dispuesta a gastar fortunas en chips, centros de datos y acuerdos con gigantes como AMD —ya amplió el contrato existente hace pocos días con NVIDIA— para asegurarse el control de la capa donde todos interactuamos con la IA. Si sale bien, será el golpe maestro; si no, vamos a tener que redefinir el término "burbuja".

La estrategia de ChatGPT está súper clara: quiere pasar de ser un asistente para transformarse en una plataforma donde todo ocurre sin salir del chat.

OpenAI imagina un mundo en el que uno conversa, compra, reserva o estudia sin abrir otra aplicación. Spotify, Booking, Canva o Coursera ya están integrándose, y el sistema incluirá pagos directos entre usuarios y servicios. En ese universo, ChatGPT sería lo que WeChat es para China: un ecosistema cerrado pero autosuficiente, donde la conversación reemplaza al clic.

El problema, lógicamente, es que para convertirse en ese “WeChat global” hay que financiar un aparato que devora electricidad, chips y dinero sin precedentes. 

Ahí es donde entra AMD, en un acuerdo que parece más un trueque que una alianza: GPUs a cambio de opciones sobre acciones, en un pacto de supervivencia mutua frente al dominio de Nvidia. Todo muy futurista, pero también un poco desesperado.

La paradoja es que OpenAI está construyendo la infraestructura más cara del mundo para ofrecer la ilusión de una conversación gratuita y natural. Cada respuesta, cada imagen, cada resumen tiene detrás una factura eléctrica y un servidor que no para de gastar.

Porque tampoco está claro cuál va a ser el futuro de esta herramienta. Incluso, cuando le pregunté al propio chat gpt qué opina sobre lo que pueda llegar a suceder, me contestó que:

"Mi lectura es que el modelo final combinará:

  • SaaS corporativo (ChatGPT Enterprise)

  • Marketplace de apps y agentes

  • Comisiones por transacción

  • Licencias API para terceros

  • Servicios premium de integración y visibilidad

Todo esto configura un ecosistema cerrado con lógica de plataforma, más parecido a iOS o Android que a una simple app".

En el fondo, la compañía parece decidida a reescribir el contrato tecnológico de la próxima década. Quiere que hablemos con la máquina igual que con una persona, y que todo lo que necesitemos —desde un correo hasta un billete de avión— se resuelva en esa charla. Tal vez estemos ante el nacimiento de un sistema operativo revolucionario. O tal vez, como tantas veces en la historia de la tecnología, ante otro intento de convertir la inteligencia en un negocio.

A título personal

Acabo de volver de China y todavía tengo la mandíbula a la altura del esternón.

No sé qué me sorprendió más: si lo gigantesco de todo —la estación de tren de Guangzhou es al menos cinco veces el tamaño del aeropuerto más grande de Argentina—, la escala humana de las multitudes —éramos unas cien mil personas moviéndonos al mismo tiempo en esa estación y todavía había espacio—, o lo interminable de las distancias —cuarenta minutos en DiDi y apenas te desplazás un milímetro en el mapa—.

Todo está hiper tecnologizado: autos autónomos, robots que llevan la comida del restaurante a las habitaciones del hotel — gracias a sistemas que conectan pedidos, ascensores, timbres, geoposicionamiento —. El 99,9% de los autos que vi eran eléctricos, de última generación. Casi no hay ruido en ciudades en apariencia apabullantes. El aire es limpio, salvo por el olor a cigarrillo, porque fuman a niveles turcos, pero se compensa rápido porque incluso las grandes ciudades están llenas de espacios verdes.  

Algo que también me impresionó fue la limpieza, la puntualidad y la amabilidad de la gente. Es realmente llamativo. Parecen suizos, lo digo en serio. Super atentos, agradables, dispuestos a ayudar, a colaborar, a orientarte.

El contraste entre China Mainland con Hong Kong fue brutal, aunque la amabilidad de la gente era idéntica. Lo decía porque pasamos de mucha gente con espacio, a mucha gente bastante apretada. De autos futuristas a taxis Toyota noventosos —divinos, vintage, cuando se pongan a la venta me quiero comprar uno aunque tengan el volante del lado incorrecto—. De la estética del orden al caos del capitalismo desatado; del culto a la persona al culto al dinero; del Partido al mercado, literalmente.

En China, los pocos comentarios políticos que escuché vinieron de una guía turística. Todos giraban en torno a la misma idea: "este árbol milenario se conserva gracias al cuidado del gobierno", "esta casa antigua es hoy patrimonio de la ciudad, gracias al gobierno". La propaganda se nota. 

En Hong Kong, en cambio, oí algunos comentarios del estilo "nadie nos preguntó a los hongkoneses qué queremos hacer o qué queremos ser", en referencia al período de 50 años de descolonización e integración entre dos mundos y al que le quedan por delante poco más de dos décadas. Dato: Trescientas mil personas salieron de Hong Kong en los últimos cinco años, en su mayoría gente joven o profesionales que no ven con buenos ojos la integración a la China comunista. 

Y ahora lo polémico: da la sensación de que la gente es tan amable y tan despreocupada porque no hay una democracia como la entendemos en Occidente. Déjenme explicarme. 

La ausencia de un marco participativo al estilo occidental hace que las personas no tengan en la cabeza "los problemas" de la política. No es tema de conversación lo que pase con el presidente, salvo que sea para decir algo bueno. Tampoco es un tema la economía —que, por cierto, funciona y crece—.

¿Significa eso que el ser humano vive mejor en dictadura? No, no dije eso. Digo que, según alguien que conocí en el viaje y que ya había estado diez veces en China, esa podría ser una de las razones por las cuales la vibra en China es tan particular. La gente no tiene esa preocupación en la cabeza, lo que hace que su calidad de vida sea distinta. Y si llegara a tener alguna queja o preocupación, seguramente esa persona esté en problemas.

Volviendo a la parte tech: WeChat no es una app, es un sistema operativo nacional. ¿Sirve para la hiper vigilancia ciudadana? Lo dejo a tu criterio. El caso es que: funciona perfecto, es cómoda, y si no lo usás literalmente te quedás fuera del sistema. No podés pagar el transporte, ni un té, ni comunicarte con nadie a menos que sepas hablar el idioma. Más de un chino quedó sorprendido que ya estuviera disponible fuera del "Great Firewall", como llaman simpáticamente a una de las fronteras digitales más custodiadas del mundo moderno. 

Claro que China es un continente, y yo apenas vi una partícula suspendida en el aire. Sigo procesando la experiencia. Lo único que siento son ganas de volver.

#RANDOM 

"Randoms", debería llamarse, porque vengo con varias cosas. A saber: 

1. Usualmente no haría esto pero Julián está intentando mostrarse un poco más, así que les comparto una breve galería de imágenes tomadas en Guanzhou y Hong Kong. 

2. Los pasajes por Air China están a un precio ridículo, por si alguno de ustedes lo está considerando. Para sudamericanos, China no requiere visa previa hasta el año próximo —están probando este nuevo sistema—. Yo sí recomendaría — como regla general para cualquier país, en lo posible — llevar impresas las reservas de hotel y del pasaje de salida, por si alguna autoridad pregunta al llegar. 

3. Me sorprendió, a ambos lados del sistema económico y político, lo hiper consumistas que son. Mismo nivel que lo que se ve en Estados Unidos. Eso sí que no me lo esperaba.

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