Hablando de “el tiempo dirá”: ¿Cuánto falta para que tengamos avatares virtuales que interactúen entre ellos en nuestro nombre y luego nos reporten, de forma breve y amable, lo que tengamos que saber? Me refiero a que su uso sea masivo, frecuente, estandarizado; no a que la tecnología en sí esté disponible —que ya lo está—.

Mi apuesta: en menos de 2 años habrá un billón de seres humanos con bots personales pululando por universos digitales, resolviendo distintas tareas en nombre de alguien que efectivamente respira.

Por un módico fee mensual, estos avatares —una mezcla entre asistente personal, chatbot y gemelo digital— se van a ocupar de todo lo que nos aburre o agota. Mi sueño: no más trámites, impuestos, compras frecuentes, solicitudes de servicios, turnos médicos, responder correos, hacer networking. Más de uno de mis amigos va a tercerizar su vida social en este soporte tecnológico, no tengo pruebas ni tampoco dudas.

Al final del día, de la semana o del mes, según la preferencia, los humanos recibiremos recibiremos breves reportes de lo sucedido con esas labores delegadas. Me imagino mensajes del estilo: “La reunión con el banco fue exitosa, renovaron el crédito””; “Hoy no pasó nada urgente, dormí tranquilo”. Me mudo a una playa con sol y no me sacan más.

El problema va a ser cuando esto sepa a poco y a alguien se le ocurra que además de tener voz, estos seres digitales también son dignos de cuerpo, identidad, pasado, presente, futuro.

Volviendo. Como idea general, me encanta y me preocupa en partes iguales. 

Por un lado: ojalá nos alcance con avatares que pidan turnos médicos y contesten correos, que nos liberen de lo tedioso sin llevarse nada más. 

Por el otro: me aterra que esto empiece como una simple delegación de tareas y termine siendo una entrega de la existencia. Porque si eso pasa, en unos años vamos a ser espectadores de nuestras propias vidas, pagando en cuotas la comodidad de no estar presentes. El sueño de Silicon Valley.