Mientras la inteligencia artificial concentra la atención mediática y gran parte del presupuesto, otras tecnologías avanzan de forma más silenciosa, aunque igual de decisiva.

No son nuevas ni virales, pero están haciendo posible gran parte de la modernización que atravesamos. Y en muchos casos, son las que sostienen la infraestructura sobre la que la IA promete revolucionar todo.

La nube híbrida es el ejemplo más claro. En 2024, el mercado superó los 330.000 millones de dólares y se consolidó una tendencia que venía madurando: menos dependencia de un solo proveedor, más flexibilidad para adaptar servicios a medida. Las arquitecturas serverless, los entornos multi-cloud y la preocupación por el consumo energético pasaron de ser promesas a convertirse en estándar. Nada de esto suena espectacular, pero sin esta base, no hay IA que escale.

Algo parecido ocurre con el edge computing, que dejó de ser una promesa de nicho para convertirse en parte esencial de cómo funcionan las aplicaciones en tiempo real. Al acercar el procesamiento al usuario, se reduce la latencia y se alivia la carga sobre la nube. Y con la llegada del 5G-Advanced —o 5.5G, con velocidades de hasta 10 Gbps—, se abren nuevas posibilidades para industrias automatizadas, vehículos conectados y experiencias móviles sin interrupciones.

La computación cuántica, por su parte, dejó de ser un experimento académico para empezar a probarse en terreno. En Japón, Fujitsu presentó un nuevo superordenador con chips de 2 nm; en España, se testean algoritmos cuánticos aplicados al análisis de imágenes satelitales y la detección de fraudes; y desde la nube, empresas como IBM, AWS y Microsoft ya ofrecen acceso remoto a sus procesadores cuánticos. Todavía está lejos del uso cotidiano, pero la brecha entre laboratorio y realidad empieza a cerrarse.

Y aunque el metaverso haya quedado en pausa —¿alguien lo sigue esperando?—, la realidad extendida (XR) encuentra una nueva narrativa. Google presentó Android XR, un sistema operativo diseñado para visores de realidad mixta que integra IA desde la base. Se abre así una etapa más pragmática: dispositivos más útiles, menos aparatosos y sin necesidad de venderte un universo paralelo para justificar su existencia.

Después de seguir estas tendencias durante todo el año, ahora tengo un poco más de claridad. Y es que el futuro digital no se construye con una sola tecnología en modo estelar, sino con capas que evolucionan al mismo tiempo y se empujan entre sí. Mientras todos miran el algoritmo, hay un ecosistema entero que se está transformando.