En 1950, Alan Turing, uno de los grandes genios del siglo XX fue el primero en preguntarse en voz alta si las computadoras serían capaces de pensar. El científico, famoso por descifrar la máquina “Enigma”, que utilizaban los alemanes en la segunda guerra mundial para encriptar sus mensajes, fue también autor del estudio que lleva su nombre. El test de Turing pone a prueba a las computadoras y las desafía a interactuar con personas, sin que estas sospechen que se trata de una inteligencia artificial. Si bien pasaron siete décadas desde este examen y aún quedan cosas por lograr, sentó las bases de lo que vendría a continuación.

La conferencia de Dartmouth de 1956 reunió a un grupo de 10 científicos que, a grandes rasgos, definieron la IA como cualquier proceso de inteligencia que puede estar tan bien escrito como para que una máquina pueda emularlo. Además, en ese encuentro que duró dos meses, anticiparon que en un lapso de entre 15 y 20 años, las computadoras iban a ser capaces de superar a la mente humana.

Si bien las expectativas de estos científicos fueron muy optimistas respecto al tiempo, 40 años más tarde (y no 20), en 1997, llegó Deep Blue. Esta supercomputadora creada por IBM pudo ganarle a un ajedrecista profesional por primera vez. Fue nada menos que a Gary Kaspárov, campeón del mundo entre 1985 y 2000. A este tipo de inteligencias artificiales se las conoce como Artificial Narrow Intelligence (ANI) y, a grandes rasgos, se puede decir que son muy buenas para hacer una sola tarea específica, gracias a su enorme capacidad de cálculo.

Para 2011, IBM volvió a la carga con otra innovación: la supercomputadora Watson, que se consagró en Jeopardy, un concurso de preguntas y respuestas, batiendo a los campeones defensores. Ese sistema tenía una enorme capacidad de procesar información y tomar decisiones a velocidades absurdas. Además, contaba con acceso a distintas bases de datos de consulta, como por ejemplo toda la Wikipedia.

Seis años después, Google creó AlphaGo, una supercomputadora diseñada para aprender Go, un juego de mesa milenario de estrategia, que permite más del doble de posibilidades de movimientos que de átomos en el Universo visible. El sistema fue entrenado con jugadores humanos con distintos niveles de experiencia y, en poco tiempo, fue optimizado para vencer a los campeones sin mucho esfuerzo. En esencia, se trata de redes neuronales que imitan lo que ocurre dentro del cerebro humano. Ahora, Alpha va por su cuarta innovación, llamada AlphaGo Zero, y entrena sin descanso contra sí misma, lo que la deja lejos del alcance humano.

Desde el uso de chatbots que interactúan con personas para resolver consultas simples, hasta Siri, Google Now o Alexa, a diario ya convivimos con distintas inteligencias artificiales, que resuelven tareas con distintos grados de dificultad.

Pero esto no es todo. Estamos en un momento en el que somos capaces de producir computadoras que aprenden a pensar de forma abstracta y que toman decisiones cada vez más complejas, basadas en su intuición y en la propia experiencia.

Si bien la potencialidad de la IA despierta posiciones a favor y en contra, algo en lo que toda la comunidad científica está de acuerdo, por unanimidad, es que impactará significativamente en todas las actividades de la vida humana como la conocemos. La salud, la movilidad, el transporte, el comercio, la economía, la seguridad, todo quedará atravesado por estos avances. El debate sobre su regulación, especialmente centrado en el manejo de los datos y la vigilancia de los ciudadanos toma cada vez más fuerza.

En las próximas entregas de esta serie analizaremos cuáles son los proyectos más resonantes y conversaremos con especialistas de América Latina y Europa sobre el impacto que puede llegar a tener esta tecnología y por qué es importante que la ciudadanía se involucre en el debate. ¿Es la inteligencia artificial la respuesta a todos nuestros problemas, o es la aceleración de la extinción de nuestra especie?