Sigo sintiendo que Internet es un griterío, y yo prefiero el silencio. Como pasamos la mayor parte del tiempo virtual en aplicaciones sociales, agarrar el celular se siente como entrar en un manicomio.

Casi que dejé de googlear; ahora le pregunto a ChatGPT, salvo cuando se trata de cifras o cosas que realmente necesito que sean confiables. Mi mail es un 99% basural de éxitos ajenos, promociones que nunca pedí y suscripciones que, por algún motivo, aún no di de baja. Pero, para mí, la última estocada fue cuando Elon compró Twitter y lo convirtió en un megáfono de desinformación y propaganda extremista.

Dicho esto: que el mundo real pueda ser una escapatoria frente a lo violento que es el universo virtual me hubiese parecido impensado hace un par de décadas.

Desde que nací hubo una computadora en mi casa — se arreglan con mi papá —. Primero, una con MS-DOS. Nos saltamos el 3.1 y aterrizamos de lleno en Windows 95. Horas hipnotizado por el protector de pantalla del laberinto de ladrillos. Niños semi cavernícolas saliendo de la caverna real y entrando, sin saberlo, a una jaula virtual. El principio del fin del lóbulo frontal. Ya sé que Internet tiene millones de cosas buenas, pero hoy tengo ganas de quejarme.

Un par de años después llegó Windows 98 y se multiplicaron los jueguitos en CD. Aún no dependíamos tanto de Internet para usar la compu. Pero el salto del dial-up a la banda ancha, con la posibilidad de estar conectados todo el día a un precio razonable, y luego la llegada de los teléfonos celulares, terminaron de moldear a una generación que nació en un mundo offline y creció viendo cómo lo digital se lo iba tragando todo, hasta volverlo indispensable. Creo que recién ahora, después de todo este tiempo, estamos empezando a dimensionar realmente la herramienta monstruosa que tenemos entre las manos.

Por eso, desconectar y volver al ‘mundo real’ puede sentirse como un alivio. Caminar sin estar pendiente del celular, charlar cara a cara sin interrupciones, simplemente existir sin la necesidad de producir, consumir o reaccionar a algo en línea es casi un acto de resistencia.

Pero resistir no detiene el avance, lamentablemente. Lo digital se sigue comiendo todo, absorbiendo cada espacio libre, cada momento muerto, cada rincón de la vida que antes le pertenecía al aburrimiento o a la calma. Y lo peor, queridos amigos y amigas, es que esto recién empieza y nada indica que en el futuro vaya a mejorar. Feliz viernes.